sábado, 5 de noviembre de 2016

A LOS "FELICIADORES"

Esta carta la escribí hace algunos meses. He querido publicarla hoy, sabiendo que así se puede guardar y mostrar perfectamente a cuantos paseen alguna vez por aquí. Mucho quisiera que se respetaran los puntos y aparte, pero aún no sé hacerlo (si es que se puede).
San Diego, 06 de mayo de 2016. Ana Virginia, Jetsy, Mariángela, Karolay, Carlos, y a los que también les llegue esta carta, feliz noche… Hoy con mucha propiedad puedo alabar a Dios por la bella vida que me ha concedido vivir. Lo alabo por su grandeza y porque me ha permitido cosas maravillosas, además del simple y complejo hecho de existir. Algunas experiencias en mi vida me han marcado grandemente; y con mucha propiedad puedo decirles que haber participado en la interpretación de la 9na sinfonía de Beethoven ha sido una gran bendición. Surge en mi corazón el recuerdo de una comparación que hace Santo Tomás de Aquino de las palabras “amplitud” y “alegría”, la cual quisiera compartir con ustedes. En latín, amplitud o dilatación se dice latitia, de ahí latitud; y en cambio, alegría viene de laetitia. El autor da a entender que cuando alguien realmente se alegra se le dilata el alma, el corazón, la vida en sí misma. Yo no sé cómo tendrán ustedes el corazón de dilatado – a menos que les haya dado mal de Chagas o sean hipertensos y tengan el corazón hipertrofiado – (perdonen el ejemplo!), pero ayer en cada nota de la Orquesta, de los solistas y del coro sentía cómo se dilataba mi corazón con esa alegría sabrosa que da el “no sé qué” de la música que podemos llamar: Belleza. Hace algunos años reflexionaba sobre este tema y pensaba que alguien que tenga un poco más de dos dedos de frente puede constatar que el mundo actualmente contempla una “belleza” falaz que ciega y no hace salir al hombre fuera de sí mismo, como sí lo hace la música, porque uno siente que vuela cuando escucha algo hermoso, que uno sale fuera de sí mismo… y observamos cómo el mundo tiene una “belleza” que le provoca más bien ansias y voluntad de poder, de posesión y de mero placer, y da la espalda a todo lo sencillo y realmente bello. Es la belleza pura la expresión que con mayor urgencia necesitamos, la que punza el alma, la que hace brotar los suspiros y las lágrimas, la que deja abierta la boca en la contemplación… De ahí surge la tan famosa pregunta que hace Dostoievski en su novela El Idiota en los labios del ateo Hippolit al príncipe Myskin: “¿Es verdad, príncipe, que dijisteis un día que al mundo lo salvará la belleza? Señores –gritó fuerte dirigiéndose a todos-, el príncipe afirma que el mundo será salvado por la belleza… ¿Qué belleza salvará al mundo?” Es la que tú y yo debemos construir. Es la que nosotros debemos expresar, crear, multiplicar. Y hoy, para no hacer tan largas estas líneas, quiero animarlos a que sigan construyendo esta maravillosa belleza que salva a este mundo tan cansado de tonterías y sin sentido, a este mundo que desfallece por su auto-referencialidad letal. Luego les escribo más. Hay mucho más que quisiera compartir sobre este tema y ojalá pronto tuviera la oportunidad de hacerlo. De hecho, la alegría fue mi tema de tesis para el grado de teología. Con mi humilde oración y bendición, me despido. Dios los bendiga y los guarde, los haga felices y “feliciadores”. P. Rafael Paredes 1. Fiodor Dostoievski, El Idiota. Citado por el Cardenal Carlo María Martini (2000) ¿Qué belleza salvará el mundo?, p. 11

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